Todos estamos familiarizados con el concepto junguiano de sombra, pero muchos no lo saben. De hecho el término, acuñado por el teórico suizo, no es más que la redefinición de algo tan antiguo como la propia civilización.
El lado oscuro del hombre nace al mismo tiempo que su lado luminoso. Y es que como no hay bueno sin malo, guapo sin feo y noche sin día; no hay luz sin sombra.
Podemos definir la sombra como lo que resulta de almacenar en el inconsciente los rasgos no aceptados de la propia personalidad. Algo que cobra protagonismo en aquellas áreas de nuestro mapa natal que menos exploramos, que nos resultan ajenas. Pues todos tenemos todo el simbolismo zodiacal en algún lugar de la carta.
La envidia, la avaricia, la ira, la lujuria o cualquiera de los pecados capitales y sus compinches, deben ser expulsados de la civilización para conseguir una convivencia pacífica en sociedad.
¿Es posible eliminar de nuestra identidad algo que nos pertenece? ¿Podemos destruir lo que nos constituye sin atentar contra nuestra existencia?
La sombra completa nuestra individualidad y nos define tanto como nuestra vertiente consciente, o bastante más.
Movidos entonces por el instinto de supervivencia, la única alternativa que se nos presenta es enterrar a nuestros oscuros hermanos en lo más profundo del inconsciente con la esperanza de que no vuelvan a perturbar nuestra armonía.
Pero del mismo modo que el lobo se adueña del licántropo las noches de luna llena, la sombra lucha por ser reconocida. Usará los caminos que estén a su alcance para hacerlo; desde lapsus linguae hasta “lo que hice durante aquella borrachera” pasando por pesadillas o proyecciones de todo tipo. Porque lo que no reconocemos dentro aparecerá fuera. Hallaremos en nuestras narices aquello de lo que huimos. Manifestaremos entonces un profundo desprecio por el amigo que se cree el centro del universo, por el vecino arrogante que desprecia al vecindario, o por la amiga promiscua.
Invertiremos todos los mecanismos que tengamos a nuestro alcance para censurar esa clase de degenerados comportamientos. Mientras más cercana sea la actitud ajena a nuestra propia sombra, más repugnancia provocará en nosotros. Viviremos nuestra sombra a través de la proyección externa en un sujeto que nos resultará odioso. Como en el caso del personaje interpretado por Chris Cooper en “American Beauty”, muchos homófobos descubrirán que son gays, la virgen contactará con su cortesana y la cortesana con su virgen. En el opuesto hallaremos el elemento ideal para proyectar nuestra sombra.
Así, los gobiernos belicistas culparán a gobiernos extranjeros de todos sus males e iniciarán conflictos bélicos ,sangrientamente represivos, en defensa de la libertad. Del mismo modo que la inquisición intentaba aniquilar su sombra mediante las cazas de brujas. La suma de sombras individuales creará una inmensa sombra colectiva a la que llamaremos Diablo.
Cuando en Blackswan, Nina Sayers (interpretada por Natalie Portman) entabla su primera conversación íntima con Lily, se encuentra en el centro de danza.
Lily aparece en la oscuridad, la ausencia de luz oculta parcialmente su rostro. Emerge literalmente desde las sombras y penetra en la zona iluminada.
El cisne negro y el cisne blanco se encuentran de nuevo en un mismo espacio.
Ambas están dotadas de cualidades antagónicas, gráficamente expresadas con unos directos blanco y negro.
Aronofsky nos muestra sin rodeos una contraposición permanente entre dos personalidades que parecen irreconciliables.
Solamente la fusión de las cualidades formará la perfecta bailarina. El perfecto cisne negro deberá ser también el perfecto cisne blanco.
Nina deberá escarbar en lo más profundo de su ser para sacar su sombra a la luz de la consciencia.
La exploración de las cualidades ocultas, de los rasgos negados, será el camino a la integración de los opuestos.
La ruta hacia la completitud deberá pasar por la crisis de identidad que provocará el contacto con el gemelo siniestro.
Mediante la aceptación de aquello que reprimimos, pasaremos de la proyección en el exterior a la integración en el interior para aprender a cooperar desde la comprensión.
La atracción entre opuestos, tan propia de la naturaleza, ejercerá un papel fundamental en el proceso. Mediante la fusión de los contrarios se conseguirá la completitud. Y como en el sexo, solamente muriendo en el otro podrá nacer una nueva identidad.
El naufragio de Pi Patel deja a nuestro protagonista aislado en mitad del océano junto a Richard Parker, un tigre de Bengala. Deberá aprender a convivir con él para sobrevivir.
Ésta podría ser la resumida sinopsis de “Life of Pi” explicada desde la perspectiva de una narración objetiva. Pero no es necesario navegar demasiado profundamente en su significado como para entender que nos encontramos, una vez más, ante un conflicto entre el yo consciente y la propia sombra.
El joven Piscine iniciará una travesía marítima por las aguas del inconsciente para aprender a lidiar con ella.
De la relación que establezca con su hermano oscuro dependerá su supervivencia. Del mismo modo que la integridad del individuo y su cordura dependerán de la gestión equilibrada entre lo consciente y lo inconsciente.
Si cede ante el tigre puede acabar devorado por su sombra y fallecer, ya sea por muerte física o por la pérdida de la cordura.
La razón deberá encauzar lo instintivo en una batalla en que no tiene lugar el cuerpo a cuerpo.
Un encuentro entre los dos polos de un mismo individuo que acabará cuando los náufragos lleguen de nuevo a la civilización.
Momento en el que Richard Parker se adentrará en la selva del inconsciente, dejando a Pi en la orilla y asumiendo que su presencia no tiene cabida en la civilizada comunidad.
Podemos intentar reprimir nuestra sombra ,como Nina Sayers, pero debemos ser conscientes del riesgo que corremos a ser destruidos. Pues en la lucha contra el inconsciente el vencedor ya fue elegido antes de la batalla.
La sombra puede aparecer entonces fuera de nosotros complicándonos la vida o adoptando la forma de alguna enfermedad que ataque al organismo.
Podemos intentar pegarnos la sombra a los zapatos, como Peter Pan, pero posiblemente fracasemos en el intento, al final no se trata de someterla, se trata de dialogar con ella.
Tal vez la opción más sensata sea la que pasa por mirar de frente a nuestro hermano y comprender su necesidad de mostrarse dejándole algo de libertad de acción.
En cierto sentido, la travesía de Pi Patel y Richard Parker es el viaje de toda una vida.
Roberto Saula